Paseo del Borne

El pulso de Palma

El tranvía atravesando el Born y la Plaza de las Tortugas, 1958.
Gente posando a principios del siglo XX.
El histórico kiosko-bar Las Tortugas, también desaparecido.

La ciudad no se entiende ni se explica sin el Paseo del Borne de Palma, sencillamente porque el Paseo del Borne "es" Palma. La arteria que hace latir el pulso de la ciudad, su espacio más emblemático y más hermoso. Nuestro pequeño Campos Elíseos, nuestra mini Rambla barcelonesa, nuestra vía venetto romana a tres pasos del mar. Un espacio familiar para todos, para las viejas damas, hoy para los niños con patín, para los turistas, para los nostálgicos, para los nuevos novios.

Paseando sobre sus baldosas de sombra es difícil imaginar como hace muchos siglos, en la época musulmana de Mallorca, el actual Borne no existía sino que era una estrecha cala a la que iba a desembocar el torrente de la Riera. Hasta que el año 1403, ya en la época cristiana tras la conquista del Rey Jaime I de Mallorca, una terrible torrentada que ha pasado a la historia como “el Diluvio” causó 5.000 muertes y destruyó 1.500 casas, una auténtica catástrofe si tenemos en cuenta que por aquel entonces no debían vivir en la ciudad más de 25.000 personas. Dos siglos después (las cosas se hacían despacio entonces) la Riera se desvió a su actual cauce y el Paseo del Borne se convirtió el año 1613 en un espacio para todo tipo de celebraciones y actividades de recreo, como los torneos medievales (precisamente el término “Borne” hace referencia al combate en campo cerrado entre dos caballeros).


Artistas de Mallorca en todas las épocas se han inspirado en el Borne como espacio central de la ciudad. De entre todas las descripciones que del Paseo del Borne se han publicado es esclarecedora la de Mario Verdaguer en su libro La ciudad desvanecida (1953), en la que el escritor recuerda con nostalgia el Paseo del Borne de principios del siglo veinte: “Damas con inmensos sombreros llenos de pájaros, caballeros con largos levitones negros y sombrero melón, niñas enfundadas en rígidos corsés y luciendo altas botinas acharoladas, niños vestidos de marineros extravagantes, a rayas rojas y blancas y grandes sombreros de fieltro de los que pendía, en la espalda, una larga cinta de seda azul; petimetres con zapatos de charol largos como falúas y grandes plastrones que les agarrotaban el cuello. Saludos, sombrerazos, sonrisas, discreteos... Toda la sociedad distinguida de Palma, decorativa, espectacular, evocadora de los viejos figurines de París, circulaba delante de mí, dando vueltas y vueltas, como en una gran parada (...)”.


El Paseo del Borne como escaparate público y como hoguera de vanidades, el Paseo del Borne como pequeña plaza de pueblo y como carnicería de reputaciones. Verdaguer escribe sobre lo interesante que resultaría entrevistar a uno “de esos viejos sillones de hierro” del Paseo del Borne que han visto y escuchado siendo cómplices de tantas cosas. “Ellos han asistido al cotilleo provinciano durante casi un siglo y ellos serían los más indicados para relatarnos a través de esa pequeña historia sentimental del Borne, sus angustias en los célebres carnavales de principios de siglo (veinte), su entusiasmo cuando sus cuerpecillos de araña metálica han servido de cascabel para manifestaciones patrióticas y su socarronería suave cuando, uno al lado del otro, han tenido que aguantar la capa a las enamoradas parejas de antaño, cuando las muchachas no salían solas jamás y todavía se veía por el Borne alguna que otra cara avinagrada de dueña vigilante (...)”. ¡Qué pensarían hoy esas mismas “dueñas vigilantes” si vieran como jóvenes adolescentes con el ombligo y medio culo al aire, del mismo o de distintos sexos, es igual, se besan sin ningún pudor en los mismos bancos que describe Verdaguer!...


José Carlos Llop, otro gran cronista de Palma, se refiere en algunos pasajes de su obra En la ciudad sumergida (2010) al Paseo del Borne de mitad del siglo veinte hacia adelante (donde precisamente lo deja Verdaguer convencido de que “ese espectáculo” que anteriormente reflejábamos “está ya terminado y olvidado y sólo quedan los sillones”). Llop evoca la época y el ambiente de los grandes cafés de la Plaza de la Reina junto al Paseo del Borne, el Bar Alhambra, el Bar Mundial, el Café Riskal y la tertulia del gran escritor Llorenç Villalonga, escribe Llop sobre el “mejor kiosko de prensa de la ciudad”, junto a “una esfinge de piedra de opulentos pechos desnudos”, en el que se pueden encontrar “ejemplares atrasados de periódicos franceses y británicos, lo que no suele ocurrir en otras ciudades españolas”, habla Llop del Teatro Lírico de Palma, en el que vio por primera vez una película, y del cine Born, en la que vio años más tarde Doctor Zhivago.


Nada de todo lo descrito por Llop existe ya, y así lo evoca el autor que asistió en directo a la demolición “de mi particular elefante del Moulin Rouge”, en 1967. El año en que el Riskal, el hotel Alhambra y el Teatro Lírico cambiaron para siempre la tipología del Paseo del Borne.


Hoy el Paseo del Borne está rodeado por comercios y tiendas de grandes marcas de moda internacionales y por el Casal Solleric, que es una joya arquitectónica que además suele albergar interesantes muestras de arte en Palma. Y aunque haya perdido elementos que formaban parte de su mística, según nos cuentan los cronistas e historiadores de la ciudad, sigue [...]


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El tranvía atravesando el Born y la Plaza de las Tortugas, 1958.
Gente posando a principios del siglo XX.
El histórico kiosko-bar Las Tortugas, también desaparecido.
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