José Carlos Llop
“A los mallorquines, el sentido del ridículo nos impide cometer según qué tonterías”
José Carlos Llop (Palma, 1956) es el autor de En la ciudad sumergida (RBA Libros), un relato sentimental escrito en primera persona sobre la Palma que conoció de niño y de adolescente, una ciudad que ya no existe pero que Llop rescata de su memoria para ofrecérnosla en un relato magistral e imprescindible.
texto Iván Terrasa
Dice en su libro que “los mallorquines han tejido una cultura sutil de convivencia que consiste en que nunca se llega a conocernos del todo: solo así nos sentimos protegidos”. ¿A qué atribuye nuestra manera de ser?
Bueno, la manera de ser es algo muy complejo que tiene que ver con implicaciones psicológicas y otras culturales, y también de educación. Esa complejidad es inabarcable en cualquier persona, sea mallorquín o sea continental. Yo, como mallorquín, he contado en este libro una serie de cosas pero teniendo muy presente siempre algo que existe en toda mi literatura autobiográfica, que es cierto sentido del pudor. A mí me molestan los aspavientos, y me refiero a los aspavientos públicos, e intento que en mi literatura no haya ninguno. Los striptease son muy divertidos entre 4 paredes y 2 personas, pero no con público que se desconoce. Yo creo que esto define muy bien el temperamento del mallorquín.
Entonces es cierto que, como se dice, los mallorquines somos pudorosos.
Sí, entendiendo el pudor como forma de elegancia por un lado, y como ética por otro. Como manera de relacionarse con los demás para respetar el territorio de los demás, y que respeten el tuyo propio. En eso el pudor es muy importante. Después hay otra cosa, y es que los mallorquines tenemos un exagerado sentido del ridículo, y digo tenemos cuando debería decir mejor teníamos, con todo lo que estamos viendo. Pero ese sentido del ridículo nos impide cometer según qué tonterías, o debería decir nos impedía cometer según qué tonterías.
En otra cita del libro dice que “los mallorquines estamos demasiado acostumbrados a la belleza”. ¿A qué se refiere exactamente?
Me refiero al paisaje, sin lugar a dudas. No me refiero a la belleza filosófica, porque los mallorquines por desgracia no leemos a Ramón Llull. En cambio, sí tenemos un sentido de la plástica que viene creado, educado y fomentado desde el paisaje. vivimos en una isla que en muy pocos kilómetros cuadrados tiene diversos microclimas, distintos paisajes donde existe la montaña, la agricultura y el mar, que son cosas muy distintas y nos influyen completamente desde pequeños.
Y Palma como ciudad también forma parte de esa belleza...
Palma es una ciudad bella del Mediterráneo, una ciudad bajo una luz espléndida frente al mar, y con puerto de mar, lo que implica una concepción del mundo diferente a las ciudades de tierra adentro. Pero yo en el libro no hablo de la Palma que puede ver y vivir cualquier visitante hoy en día, sino de la Palma de la segunda mitad del siglo XX, que era una ciudad que además de su belleza natural tenía una vida mediterránea, mestiza, que ha dejado de existir. Hablo de ella como lo que fue, como vida, y dentro de la vida como alegría y como dolor pero no desde la nostalgia. La gente que no haya leído el libro puede pensar que es un libro escrito desde la nostalgia, pero no es cierto. Es un libro escrito desde la vida. Y desde la voluntad que, es una parte importante de la vida.
Digamos que, de alguna manera, la Palma que usted cuenta en el libro no es ni mejor ni peor que la de ahora, simplemente es diferente.
La Palma que yo cuento en mi libro es menos artificiosa que la de ahora.
Igual tiene que ver con los tiempos que vivimos...
No somos ajenos al tiempo, tiene que ver con el tiempo, con los cambios sociales que se han dado, y con la desmemoria que existe en la época del postmodernismo y del relativismo, es decir, la gente no sabe qué suelo pisa ni sabe qué ha ocurrido antes de que llegara, es como si todo partiera de cero. Esto que como posibilidad literaria puede ser divertido, impide el reconocimiento de quién es uno mismo. Creo que es muy importante conocer la ciudad y saber de la cuidad donde se vive o de donde se es. Es como conocer la familia a la que se pertenece.
Usted escribe: “Ser de un lugar porque no se puede ser de otro”. Muchos palmesanos y mallorquines siempre hemos vivido en una constante relación de amor-odio con la ciudad, porque cuando estás dentro quieres irte, y cuando estás fuera quieres volver.
Eso viene determinado por la insularidad. Creo que la relación amor-odio con la ciudad natal es una relación que ha inseminado gran parte de la cultura occidental, es decir, en Cavafis hay una relación amor-odio con Alejandría, una ciudad que ama muchísimo pero al mismo tiempo hay momentos que detesta. El salir de la ciudad natal para lograr lo que se quiere en la propia vida en una ciudad más grande es un episodio endémico en toda nuestra cultura, no es algo propio de aquí, a pesar de que aquí se añade, repito, el factor de la insularidad.
En el capítulo dedicado al escritor y periodista Andrés Ferret dice que “no sé si Palma es una ciudad capacitada para querer a nadie”. ¿Tan antisociales somos?
No estoy diciendo que los palmesanos estén incapacitados para querer a alguien, estoy describiendo a Palma como ente abstracto, apropósito, pese a que Palma es la suma de todos sus ciudadanos también, pero es un ente abstracto, toda ciudad es un ente abstracto. Mire, cuando a las personas, por lo que yo he visto y conocido en mi vida, se las empieza a homenajear, malo, porque esas personas o están enfermas o les pasa algo, eso es muy de nuestra cultura. Lo que pasa es que tampoco hay que escandalizarse por esto, se es así y se crece desde ese punto de partida y se crean unas defensas para esa manera de ser. Y lo que no se puede es querer que las cosas sean diferentes a como son. Hay algo eterno que se llama fatalidad y destino, y cada ciudad es como es.
Precisamente habla varias veces en el libro sobre que el destino de ser palmesano es una fatalidad.
Yo hablo de la fatalidad del destino de ser palmesano porque he escrito un libro sobre Palma, y he escrito un libro sobre los palmesanos. Usted me decía hace un momento que tenemos la necesidad de irnos, de volver cuando no estamos, y eso es una fatalidad. Los insulares, incluso yéndose, siempre están al otro lado del teléfono preguntándote que está ocurriendo mientras ellos no están. Esa es la fatalidad a la que me refiero.
¿Qué siente uno cuando es joven y sueña con ser poeta y a la vez vive en la misma ciudad y en el mismo tiempo en que lo hicieron dos artistas de la talla de Joan Miró y Robert Graves?
Siempre he dicho que era un lujo. Lo que ocurría con Graves y con Miró es que eran “la poesía”, la sensación de que al ver a Graves estabas viendo a un poeta en una celebración de la poesía. O como cuando contemplabas un cuadro de Miró, contemplabas una parte del misterio de la poesía. Estas personas convivieron en mi mismo territorio y ello me permitía el lujo de no saberme solo en el camino que había elegido. Era un lujo, como era un lujo ver a Villalonga pasear con su mujer Teresa Gelabert por la ciudad. Llorenç Villalonga es probablemente el escritor mallorquín más inteligente del siglo XX, más frío también, porque era un personaje frío, pero la vasta cultura y la inteligencia que hay en sus libros pervivirá para siempre.
Hablando de Llorenç Villalonga, uno de los capítulos más interesantes de En la ciudad sumergida es ese en el que se refiere a “las dos Palmas”, la de Villalonga y el barrio de la Catedral, y la de El Terreno y Camilo José Cela. ¿Cómo eran esas dos Palmas y cómo las vivió usted?
Las viví muy bien (risas) y me gustaban mucho ambas. Una era el pasado (la de Villalonga) y en el pasado estaba una ciudad por donde la historia había dejado huella. El Terreno históricamente representaba los años 30 y 50 y el cosmopolitismo que existía antes de la guerra y luego diez o doce años después de la guerra. El Terreno era Ava Gardner, Paul Morand, Errol Flynn. Hasta que a finales de los 60 y principios de los 70 irrumpieron el turismo de masas y las suecas, y la Plaza Gomila implicaba la vida nocturna y además la diversión, estar entroncados con lo que en aquellos momentos podía vivirse tanto en Londres, Roma o en cierto modo París, algo que no ocurría en el resto de España.
¿Hubiera sido distinta su juventud si eso no hubiera ocurrido?
Bueno, yo ya llegué al final de todo eso, yo llego a principios de los 70, y entonces la cultura de mi generación es más pop-rock, vimos y disfrutamos el final de todo eso pero nosotros éramos más del Chotis y de la Polilla (dos bares de copas) y nuestra música eran Bob Dylan a Leonard Cohen, pasando por los Rolling, y esa era nuestra cultura, mayoritariamente anglosajona en cuanto a la música se refiere, y en nuestro aspecto físico digamos que también. Fue una suerte vivir esa época de la ciudad, después todo ha resultado más artificioso.
Dice que “un escritor vive permanentemente entre fantasmas”. ¿Cuáles son los suyos?
Los míos están en este libro, habitan en [...]
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