Cuando solo nos comunicaba el mar
Antes de la llegada del primer avión a la isla, el puerto de Palma era un hervidero de viajeros, trabajadores, paseantes y curiosos.
texto Bernat Garau



Estamos dentro del puerto; los muelles ofrecen una animación extraordinaria: han venido a ver llegar ‘el vapor’; es una de las grandes distracciones de los habitantes. Unas barcas rodean el barco; ligeras galeras se precipitan al gran galope de las mulas o los caballos; toda esta gente hormiguea a plena luz, bajo un cielo azul, ante el maravilloso decorado de la ciudad encendida al sol”. Con estas palabras, recogidas en la obra colectiva coordinada por Palma XXI La ciudad invadida, el viajero francés Gaston Vueillier describía en 1893 el ambiente del puerto de Palma.
El siglo XX estaba a punto de llegar a la capital balear como un torbellino de modernidad. En 1902 arrancaba la demolición de las murallas que llevaban siglos separando la ciudad de los arrabales de Santa Catalina o La Soledad, dentro de un ambicioso proyecto urbanístico. En esos años se avanzaba en la municipalización y canalización del agua, lo que iba a reducir drásticamente las enfermedades y la mortalidad. Las nuevas tendencias arquitectónicas llegaban de la mano de Antoni Gaudí, cuya intervención en la Catedral a partir de 1903 despertaba tanto rechazo e incredulidad como el estrambótico Grand Hotel, el primer establecimiento hotelero de las islas destinado a satisfacer la demanda de los primeros turistas. Ese mismo año se inauguraba en s’Hort del Rei el cinematógrafo Can Truyol, la primera sala de cine de la isla. Todas las novedades que traía el nuevo siglo llegaban a Mallorca a través del puerto, como es el caso del primer “carruaje automóvil” que se vio en la isla, un Celment Bayard adquirido en la Exposición Universal de París, que desembarcó en Palma en 1897.
Aún faltaba un cuarto de siglo para el aterrizaje del primer avión comercial en el aeródromo de Son Bonet, y el puerto era un hervidero constante de mercancías, pasajeros, carruajes, industrias, paseantes, estibadores y ‘desenfeinats’ que se entretenían observando las operaciones de los imponentes barcos de vapor, que sustituían definitivamente a los tradicionales veleros. En 1891, la fusión de dos navieras había alumbrado ‘La Isleña Marítima’, concesionaria de las comunicaciones por mar entre Palma y las otras islas, Barcelona, Valencia, Argel y Marsella. Sus majestuosos y elegantes barcos, construidos en Génova, eran conocidos como ‘los cisnes del Mediterráneo’.
Cincuenta años antes de la inauguración del Paseo Marítimo, el viejo puerto de Palma se extendía frente a la Lonja y la Catedral. El resto de la actual fachada marítima de Palma, desde el Jonquet hasta Porto Pi, consistía en acantilados de tierra, a excepción de las calas de S’Aigo Dolça, Sa Pedrera y Es Corb Marí, a las que los vecinos iban a bañarse. Son Alegre, el Terreno y Porto Pi estaban muy de moda entre la burguesía palmesana, que construía allí sus casas de veraneo.
El puerto era fundamental para la floreciente economía mallorquina, muy apoyada en las exportaciones de calzado, tejidos y productos agrícolas. Entre 1900 y 1920, tanto las exportaciones como el tráfico naviero del puerto de Palma se duplicaron. Tal era el volumen de mercancías que recibía el puerto que desde 1877 existía una línea de tren que unía el puerto con la plaza España. En 1931 se excavó un túnel subterráneo hasta el actual Parc de la Mar, para evitar las complicaciones que causaba el recorrido del tren por la Rambla y el Borne.
La construcción en 1912 del nuevo muelle de la Riba fue todo un [...]
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