Un regalo pasajero

La Vida pasa deprisa, es una locomotora que atraviesa la noche y que no se detiene bajo ninguna circunstancia. Ni siquiera ante la muerte, que es parte de la propia Vida.

El último día de nuestro paso por este mundo nadie nos va a colgar una medalla, como cuando terminas una maratón. Cuando ya no estemos aquí habremos sido las mujeres y los hombres a los que una vez amamos, los valores que transmitimos a nuestros hijos y los amigos a quienes un día tuvimos la fortuna de abrir el corazón. Poca cosa más.

Esperando a que la luz del semáforo de peatones cambie para cruzar al otro lado de la calle, observo como la mayoría de las personas caminan, ríen, gritan, juzgan, lloran, suspiran y, en definitiva, actúan, como si fueran a vivir eternamente, sin la conciencia de que la Vida es un regalo pasajero.

A veces es preciso sentarse en un rincón tranquilo a observar en silencio y sin prisas todo lo que sucede adentro de nosotros mismos y a nuestro alrededor. Y mantenernos erguidos, pase lo que pase, para no ser arrollados por la vorágine de superficialidad y mal gusto que con éxito han logrado imponer algunos desalmados a buena parte de la sociedad. 

La mayoría hemos caído en la trampa de la superproducción, con el evidente riesgo de llegar a detestar lo que un día amamos si seguimos por este camino. Merece la pena pensarlo y tomar medidas para salvar la creatividad y la pasión ahora que aún hay tiempo.  

En el colegio de mis hijos hay varios casos de niñas y niños de 5 años con problemas de ansiedad. ¿Cómo puede ser posible? Es preciso que nos impliquemos como grupo para afrontar con madurez la respuesta a esta pregunta, solo así podremos poner fin a esta locura.

La Vida es bellísima: los árboles y los pájaros, el mar y el sol, la mirada de los niños, las manos de los abuelos, la música, los libros, los viajes, los besos. 

Habrá un día, cuando ya no estemos aquí y nuestro camino continúe en alguna otra dimensión del Universo, que ya no podremos disfrutar de todas estas pequeñas cosas, las más importantes, las más sencillas, las únicas. 

Ser conscientes del milagro que supone estar vivos es una oportunidad que no deberíamos despreciar ahora que todo es posible todavía. El mejor tributo que podemos hacernos a nosotros mismos. Y el mejor ejemplo para los jóvenes que, con paso incierto todavía, como un día nos sucedió a nosotros, buscan su lugar en el mundo.

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