Joan Pere Català Roig

El éxtasis de la cerámica

Joan Pere Català Roig (Mallorca, 1973) tenía que haber nacido el 25 de diciembre, pero la falta de médicos hizo retrasar el parto al día 26. Desde su nacimiento, la historia de este maestro ceramista ha estado marcada por la misma constante: la sensación de que las cosas no llegan. Hasta que un día, de repente, lo hacen.

De niño, Joan Pere Català Roig le decía a su abuela que de mayor quería ser médico. Pero cuando terminó el colegio no quiso estudiar más y empezó a trabajar en una escuela de equitación. Hasta que a los 19 años se apuntó a clases de cerámica. Una profesión que desde entonces es su vida.

“Mi aprendizaje fue doble, por la mañana aprendía la teoría en la escuela y por la tarde la ponía en práctica en el taller de mi madre” (la ceramista Malena Roig). Una de las personas más influyentes en la trayectoria de Joan Pere ha sido su maestro, Lluís Castaldo. “Conocerlo me abrió el camino. Es un hombre muy trabajador, una figura indispensable junto a mi hermano (el también ceramista Jaume Roig) y mi madre. Castaldo es un referente para mí no solo en la cerámica, sino en su forma de ver la vida”. En cuanto a su madre, siente que gracias a ella ha aprendido “a sacrificarme para lograr mi objetivo”.


Le cerámica japonesa es una de las grandes pasiones de Joan Pere Català Roig, esa conjunción de sutileza, fragilidad y fuerza al mismo tiempo. Tanto es así que tardó siete años en construir su propio horno japonés, llamado Anagama, con sus propias manos. “Es como la cerámica, cuanto más despacio haces las cosas, más matices tiene el aprendizaje”. Este horno es el único en Mallorca de su especie , y uno de los diez hornos japoneses que hay en toda España.

Para una cocción de piezas en su horno tiene que estar 24 horas seguidas despierto, controlando el proceso, echando hasta una tonelada de leña. “Cocer de madrugada es muy duro, pero a la vez muy íntimo. Esta dualidad me apasiona”, confiesa Joan Pere, quien también construyó con sus manos su taller en Mallorca, un proceso que le llevó tres años.


“Mi hermano y yo hemos vivido situaciones en las que mucha gente hubiera abandonado la profesión. Hubo un momento en el que la cerámica en Mallorca no se vendía, así que tuve que aceptar un trabajo en una empresa de tractores. Salía de casa a las ocho de la mañana, regresaba a las siete de la tarde y me ponía a hacer cerámica hasta la una de la madrugada... Fueron años en los que apenas tuve vida, mi pareja es una santa, comprendió que se trataba de una época, de la que por fortuna hoy recogemos los frutos”.


Aparte de crear piezas únicas, Joan Pere lleva a cabo procesos más complejos, como cambiar el suelo de La Cartuja de Valldemossa, o elaborar el mosaico de 1.400 azulejos que hoy cubren la fuente de la Plaça de la Reina, en Palma.

La cerámica, según él, no es solo tornear con el barro; también es una combinación de química y física en la que cualquier variante hace que la pieza sea de una forma u otra. “Mezclar los minerales es lo más complicado de la cerámica porque implica tener conocimientos de química y física. Mucha gente va al polígono y lo compra hecho, pero a mí me gusta aplicar fórmulas y dar con las cantidades justas de cada elemento, y con la temperatura adecuada de cocción. Para mí eso es el éxtasis de la cerámica”, dice.

“Cuando creo mis piezas hay una carga emocional impresionante, técnica, familiar, una proyección hacia adelante, una intención creativa, un concepto”, explica. A sus alumnos les enseña que las manos fabrican, pero que no son nada si no hay un brazo y una cabeza. “Les enseño a tornear con todo el cuerpo. Las manos son la parte visible, pero no existen sin todo lo que hay detrás”.


Joan Pere Català Roig, considerado como el maestro de los ceramistas en Mallorca por sus compañeros de gremio, ha [...]


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