Kurt Wallander

Poco seducido por las últimas novedades literarias, durante el verano he aprovechado para releer por cuarta vez la serie de once libros cuyo protagonista es el inspector de policía Kurt Wallander, creación del escritor sueco Henning Mankell, fallecido en 2015.

Desde que en junio de 2006 empecé a leer el primer libro de la serie, Asesinos sin rostro, mi fascinación por este personaje y todo lo que le rodea no ha dejado de crecer. Hasta el punto de que en 2016 viajé junto a mi pareja hasta Ystad, la pequeña ciudad al sur de Suecia donde tienen lugar sus andanzas.

Más que por un personaje de ficción, a Wallander lo tengo por un ser lleno de vida, por un referente que tantas veces me ha ayudado a comprender, a relativizar, a esperar y a ir hacia adelante en el momento adecuado. En él he descubierto ese brillo imperceptible a primera vista, que sin embargo contiene toda la luz necesaria para alumbrarnos en el camino.


Kurt Wallander es un hombre en los cuarenta, los cincuenta o los sesenta, según va transcurriendo la serie, poco sociable, divorciado y con una hija rebelde a la que adora, y un padre chiflado que le toca las narices a más no poder. Vive consumido por la soledad en su pequeño apartamento de la calle Mariagatan, sin apenas amigos y con varios kilos de más. A menudo se duerme vestido, le gusta la ópera, es taciturno y algo cascarrabias, se alimenta a base de comida congelada, perritos calientes y algún whisky de vez en cuando.

Al mismo tiempo, Kurt Wallander es un hombre bueno, humilde, sensible, con un corazón y un punto de ingenuidad que nos atrapan. Sus objetivos en la vida son tener una casa en el campo y un perro, un tocadiscos nuevo y una mujer que le quiera. Es noble, metódico y un excelente profesional que encuentra su recompensa en trabajo bien hecho. Se cuestiona constantemente sobre la vida y acerca de los misterios del hombre y la sociedad. Y duda de sí mismo, algo tan demonizado por los gurús de hoy en día, precisamente porque es un hombre que se plantea la vida más allá de la cortina de humo materialista y la falsa espiritualidad.


La serie Wallander ha sido adaptada en varias ocasiones para la televisión, destacando la realizada por Kenneth Branagh. Pero como suele suceder en estos casos, en la pantalla es imposible captar la verdadera esencia de la historia y el personaje, ese brillo imperceptible al que antes hacía referencia.

Sobre Henning Mankell, el creador de Wallander, ¿qué podría decir? En sus memorias, tituladas Arenas movedizas, escritas durante los dos años de enfermedad que finalmente le llevaron a la muerte, está resumida la esencia de lo que para mí deberíamos aspirar a ser todas las personas, parte de “una familia que es en verdad infinita, aunque ni siquiera sepamos con quién nos cruzamos en la vida durante el brevísimo instante que dura”.

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