Miguel Adrover

El Renacido

Venerado como un semidiós en las pasarelas de todo el mundo, un día Miguel Adrover (Calonge, 1965) decidió apagar las luces de Nueva York y regresar en absoluto silencio, como el guerrero después de una larga batalla, a su casa en medio del campo mallorquín. Aquí los árboles y las flores han substituido a las drogas y el alcohol, y los limpios amaneceres al engañoso resplandor de los focos, y a la oscuridad de los sótanos más lúgubres. Pero lo que no ha cambiado ha sido su necesidad de expresarse. La capacidad de seguir reinventándose, esta vez desde lo más profundo de su ser.

Cuando estás frente a Miguel Adrover tienes la sensación de estar junto a una persona que sabe algo más que el resto de los mortales. Una sabiduría que nace de la intuición, pero también de ese “algo” que no se puede expresar con palabras, que viene de muy lejos, y que las personas como Adrover emanan por todos los poros de su piel, y a través de la mirada.


El 9 de septiembre de 2001, encumbrado ya por los dioses del Olimpo de la moda (con su sacerdotisa Anna Wintour, editora jefe de la revista Vogue, a la cabeza), Adrover presenta en Nueva York su colección Utopía, una reivindicación de la realidad social que se vive en los países islámicos. Dos días después, dos aviones impactan contra las Torres Gemelas de Nueva York para cambiar la historia del mundo. Y la de Miguel Adrover también.

En plena demonización de todo lo que tenga que ver con lo árabe, la Utopía de Adrover fracasa y él decide marcharse a vivir a Egipto, donde comprará un carro y un caballo y para ganarse la vida como taxista en Luxor.


De todo aquello han pasado muchísimos años, como en los cuentos. Y un día de mayo de 2021, rodeado de la paz de su casa en Calonge, al sureste de la isla, Miguel Adrover habla del pasado, pero sobre todo el presente, a través de una línea invisible, como un hilo de Arianna que lo une y lo destruye todo a la vez.

“En Nueva York era normal drogarse y tomar alcohol. Ahora aquí, en el campo, me doy cuenta de sus efectos. Cuando regresé a casa necesitaba estar conectado con la naturaleza, empezar una nueva vida, pero no desde afuera, como entonces, sino desde dentro de mí. Sé que allí afuera no me pierdo nada, el subidón está en uno mismo. También una de las mejores decisiones de mi vida ha sido dejar el sexo, que quita mucha energía, para dedicarme en cuerpo y alma a mi trabajo. Me he liberado y sé que empieza otra historia. Todo mi amor está aquí, en mi obra”.


El diseño de moda quedó atrás para dar paso a otra forma de expresarse: la fotografía. “Ahora soy un artesano que construye instalaciones e historias efímeras, con mis manos creo una ambientación con la que puedo expresarme, y luego la fotografío. Maquillo, retoco, pulo, rasco y pinto con cal a las maniquíes. Como en la moda, he encontrado mi forma de expresarme y mi lenguaje auténtico. A lo mejor, dentro de este camino también tendré mi historia”.

Cada mediodía, en Santanyí, Miguel atraviesa su jardín lleno de flores traídas de diferentes países y se dirige hacia su aljibe. Destapa el techo, coloca una escalera de 3 metros, baja y cierra la tapa. “Trabajar en un aljibe significa tener la oportunidad de experimentar con la luz desnuda y los artefactos que elijo, y que van a transmitir ese sentimiento o esa belleza. Cuando estás bajo tierra, el mundo es muy diferente porque el exterior no se siente, estás en tu mundo, en tu espacio. Para mí en este aljibe está la paz. Solamente un agujero por donde entra la luz, que va cambiando según la hora del día”.


Precisamente La llum es el título de la exposición de Miguel Adrover que puede verse estos días en la galería Aba Art Lab de Palma. “La luz es la que lo define, lo marca y lo decide todo. La búsqueda es entenderla, conocerla y esperarla. La luz se ve en la oscuridad, pero en la luz no la puedes ver”.

Miguel crea estos mundos “para sentirme mejor porque, a lo mejor, el mundo en el que vivo no me gusta. Creo mi propio universo para poder existir de alguna manera”.

En muchas de sus obras, utiliza maniquíes porque “sé que si fuesen personas o modelos fingirían, en cambio los maniquíes no interpretan ningún papel porque están allí, son solo parte de la creación, un artefacto más. Tengo que captar la expresión del maniquí porque en realidad no tiene ninguna expresión”.

Para trabajar y dar el acabado a sus obras Miguel utiliza [...]


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