Mar Aguiló
“Somos una cicatriz gigante”
Una cicatriz en el rostro marcó su carácter tímido desde niña. Una timidez que solo desaparecía cuando bailaba. Hoy Mar Aguiló (Palma, 1987) es miembro de la Compañía Nacional de Danza y directora creativa de la productora de danza ELAMOR. Cada vez que sube a un escenario, deja que sean sus sentimientos los que hablen por ella. Los que cuenten su verdad.
texto César Mateu Moyà
fotografía Íñigo Vega
“Hubo un tiempo en que decía que mi vida no era la danza. Y lo decía únicamente por miedo: por miedo a no poder dedicarme a ella. Pero ahora ya sé que mi vida es la danza porque, aunque no baile, he conseguido encontrar mi verdad. Me muevo, gesticulo, siento, pienso, conecto… Y lo hago así porque soy bailarina. Sí, mi vida es la danza”, confiesa Mar Aguiló. “En la danza puedes ser cada vez más sincero contigo mismo. Esto significa quitarte miedos, complejos, suciedad, capas, historias que no sirven para nada. Significa pulirte constantemente para llegar a la esencia del bailarín”.
A los tres años Mar ya iba a clases de baile y a los siete empezó a hacer gimnasia. Hasta que a los quince se centró en la danza, en el estudio de Maria Antonia Mas, en Palma. “Allí empecé a sentir la profesión de verdad, las vibraciones, la adrenalina, a sentirme protegida por el propio baile”. Durante su último año en el colegio, su profesor Jon López Garnica la animó a presentarse a la audición de la Escuela de Baile Maurice Béjart (mítico coreógrafo que marcó tendencia en el siglo XX) en Lausanne, Suiza.
Pasó la prueba y la seleccionaron. “Fue el gran shock de mi vida. Había 500 chicas de un montón de países y solo escogían a diez. Nos hicieron cantar y la primera canción que me vino fue Corazón Partío, de Alejandro Sanz. Imagínate, con el maillot de ballet, con las medias rosas, las puntas, el moño, cantando con las palmadas y Béjart gritándome ‘¡Más alto, más alto!’... Creo que vio mi timidez, que tenía que explotar. Ahora sé que Béjart no buscaba al mejor bailarín, sino a alguien que supiera transmitir”, recuerda.
Durante el tiempo que estuvo en Lausanne “siempre llevé Mallorca dentro de mí, gracias al apoyo y a la confianza de mis padres. Ellos sabían que bailando yo era otra persona”. Cuando terminó su etapa en Suiza, Mar se sintió preparada para presentarse a la Compañía Nacional de Danza. Primero la escogieron para la compañía junior, “y tres años más tarde, Nacho Duato me seleccionó para la principal”.
Desde entonces han pasado trece años, y Mar sigue en el elenco de la mayor compañía de España. “Es verdad que hubo un momento en que el baile dejó de ser algo tan fresco para mí, cuando fui consciente de que se trataba de una verdadera profesión”.
Esta sensación la llevó a matricularse en el Conservatorio Superior de Madrid. “Lo hice con la idea de sacarme el título para dar clases, y descubrí que la coreografía me encantaba”. Para el proyecto final de carrera tuvo que hacer su solo. Lo tituló Océano Mujer, que más que un trabajo se convirtió en una inspiración, en una puerta para demostrar quién era.
“Me inspiré en mis raíces, en Mallorca, en el mar y en la danza Butoh, que surgió en Japón tras el bombardeo de Hiroshima. Mi movimiento era acuoso, buscaba unas líneas muy orgánicas que me recordaran a las sensaciones que tengo cuando estoy en el mar. Quería mostrar ese bagaje, esa naturalidad, esa organicidad, quería desnudarme, mostrar lo que llevo dentro, y esta danza japonesa me ayudó a sacar esa monstruosidad. Llegué al océano como monstruo, como algo inmenso que a su vez es la mujer, como el origen, el agua, el empoderamiento de dejar de ser una bailarina perfecta, buscando esas formas más desestructuradas y feas dentro de una estética”, relata.
A raíz de aquella experiencia descubrió un nuevo lenguaje propio, una personalidad como bailarina diferente a la del pasado. Algunos coreógrafos fueron potenciando “eso raro que tengo, que escapa de los cánones de belleza de bailarina”.
Después de Océano Mujer, Mar decidió [...]
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