Domenico Gnoli
La mirada del niño
Domenico Gnoli (Roma, 1933 – Nueva York, 1970) convertía en magia todo lo que tocaba. Primero triunfó en Londres como escenógrafo, más tarde en Nueva York como ilustrador. Hasta que un viaje a Deià, en Mallorca, supuso su inmersión en la pintura y un nuevo estilo de vida en medio del paisaje con el que siempre había soñado.
texto César Mateu Moyà
fotografía Yannick Vu
“Soy metafísico en la medida en que busco una pintura inmóvil que se alimenta de situaciones estáticas. Siempre utilizo elementos simples y dados sin quitar ni añadir nada. Jamás he querido distorsionar: aíslo y represento. Mis temas son actuales, situaciones familiares y de la vida cotidiana. Como nunca intervengo activamente el objeto, puedo sentir la magia de su presencia”.
Domenico Gnoli nació en el seno de una familia artística y por eso reconoció que “nací sabiendo” ya que desde pequeño su vida giraba en torno a teatros, exposiciones, visitas a museos y conversaciones sobre arte. Su abuelo fue un poeta romántico, su padre historiador de arte y su madre, pintora y ceramista. La pintura fue, de algún modo, algo que le vino dado.
Pero antes de la pintura sintió atracción por el teatro, y quiso ser actor en la compañía Pilotto-Carraro Miserocchi. Allí, en vez de actuar, trabajó con éxito en la puesta en escena de obras como As you like it, de Shakespeare, representada en Londres. Alcanzó cierta fama y, en lo alto de su carrera como escenógrafo, con 23 años, celebró su primera exposición en Nueva York. Desde entonces empezó a trabajar como ilustrador para revistas como Vogue o Sports Illustrated.
Un viaje a Mallorca a principios de los años 60 cambió la vida de Gnoli para siempre. A la isla acudió para visitar a su amigo el pintor surrealista Mati Klarwein, en Deià, y en este lugar encontró “el lugar que siempre había buscado para trabajar en un entorno de belleza natural y aislamiento”.
Durante su primer verano en el pueblo, que se convirtió en un centro artístico de referencia mundial, pintó cerca de 30 cuadros, algunos de los cuales formaron parte de su primera exposición en París, en 1964.
Tras vivir durante cuatro años entre Roma, París y Mallorca, decidió que su hogar durante todo el año debía ser Deià. Se instaló en s’Estaca, la finca que construyó el Archiduque Luis Salvador para su amante mallorquina, Catalina Homar, y que hoy es propiedad del actor Michael Douglas. “Allí dedicó su vida a la pintura y creó los cuadros más maravillosos porque encontró el Absoluto. Pienso que cuando una persona está cerca de morir tiene inconscientemente un sentido de finitud, de urgencia y él tenía esa urgencia dada de hacer más y más. Es el lugar donde más ha trabajado y donde ha creado los cuadros más bellos de su vida”, cuenta Yanick Vu, su mujer entonces.
En el diminuto lagar de la finca, donde décadas atrás se prensaban las aceitunas para conseguir aceite, pintó algunos de sus cuadros más célebres. “Cuando tienes talento tiendes a crear cosas fáciles, pero eso a él le daba vértigo. Buscaba una identidad en su pintura y por eso había una dualidad entre el ilustrador y el pintor que quería plasmar algo mucho más importante. Murió joven y su obra es exigua, pero a pesar de eso es intemporal y desafía a todos los tiempos”, comenta Yannick. Obras que son fragmentos de su vida y la de su mujer, y que hablan de la ausencia y la presencia, de la plenitud y la soledad.
Guy Tosatto, director del Museo de Grenoble y experto en arte, definió el arte de Gnoli “como si fuera un niño que descubre el mundo. Las cosas que aprende le parecen extrañas y llenas de misterio. Durante mucho tiempo el niño las mira fijamente para descubrir su significado, como si estuvieran ante un espejo. El niño podría ser él, que desde su infancia habría conservado el recuerdo de este descubrimiento”.
Para Gnoli, “la imaginación y la invención nunca pueden [...]
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