Javier Garló
La obra inacabada
Para Javier Garló (Palma, 1980) la imperfección y la belleza de la obra inacabada son mucho más potentes que el concepto de lo finalizado. Su pensamiento, y no solo en esto, va a contracorriente en un mundo en el que, según dice, se ha perdido el cariño hacia muchas cosas.
texto César Mateu Moyà
fotografía Íñigo Vega





“Hay gente que piensa que lo que hago es un hobby, que es pura diversión. Pero para mí es todo lo contrario, muchas veces lo paso fatal. Las dudas que atravieso en determinados momentos son un martirio y me provocan mucho sufrimiento. Pero a la vez es una necesidad para mí, y una forma de vida que me da de comer”. Palabra de Javier Garló, uno de los artistas visuales en Mallorca más interesantes y diferentes.
Javier se levanta temprano, a las 06.30. Desde entonces y hasta que llegue otra vez la noche, su cabeza empieza a trabajar y a dejarse llevar por los pensamientos de cada momento, que plasma en sus obras. Le gusta trabajar sentado en el suelo de su taller escuchando música. Y también le gustan las obras inacabadas. “A veces me arrepiento de haber seguido con una obra, verla demasiado terminada. Me ha costado llegar a ese punto de decir ‘a mí me gusta así’, y dejarla en ese punto”.
Javier empezó a pintar por casualidad. Al principio hacía grafitis porque su pandilla, SDP, quedaba para pintar, cantar o bailar por Calvià, pero a él solo le llamaba la atención la primera de estas tres cosas. Su amigo Marco Antonio le enseñó este arte, Herminia lo guió en el proceso, y Carmen y Floren terminaron de pulirlo. “Yo creía que sabía dibujar, pero ellos me mostraron lo encerrado que estaba en mi universo, y que me faltaba adquirir mucha formación básica como la profundidad, las ratios, los colores, las proporciones…”.
Mientras crecía en su arte, realizó los trabajos más variopintos: tematización de espacios, diseños en 3D, pintor en un taller de reparación de objetos con masillas y fibras, conductor durante varios veranos en Mallorca del taxi de su padre…
La obra de Javier está llena de símbolos, “tengo un poco de obsesión con eso —reconoce—. Pienso mucho el significado que pueden llegar a adquirir las cosas. A veces los creo yo, y a veces me baso en los símbolos universales. Por ejemplo, el caballo. Al principio es como el juguete con el que jugabas de niño, pero a medida que creces se convierte en algo más crudo, ya no es ese mismo caballito con el que jugabas de pequeño”.
A la hora de crear le gusta investigar todo tipo de materiales: cajas de cartón, puertas de coches, palas de ping-pong, papel vegetal, cristal… “Por ejemplo, la pala de ping-pong te marca el formato y te tienes que ajustar a eso, es la excusa perfecta para probar nuevos materiales y saber cómo funcionan”, explica.
En cuanto a los colores, no le gusta experimentar con ellos. “Le tengo mucho respeto al color, porque tengo miedo a hacer cosas que sé que no me van a gustar. Creo que hay mucha gente que no sabe utilizarlo, y que se ha convertido en una herramienta facilona para vender”. Para sus dibujos, Javier utiliza principalmente carboncillo y grafito.
En los cientos de bocetos que realiza, esparcidos por diferentes rincones de su estudio, Javier se siente “más libre y más cómodo” que pintando sobre una gran tela. “Sé que los bocetos no tienen la misma presencia que una tela, pero trabajar sobre papel vegetal me encanta, ahí es donde está mi verdadera esencia, la idea, la imaginación”.
A Javier Garló le hubiera gustado vivir en otra época, aunque no sabe cuál. Para él, el siglo XXI es “una tortura”, siente que se han perdido las formas, el cariño y el cuidado hacia muchas cosas, no solo hacia el arte.
Seguramente no es el único que lo piensa.
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